Estos días que me he puesto a dieta, me da por cocinar. No sé si es muy normal, pero en china lo llamarían tortura, teniendo en cuenta que lo que hago después no lo puedo catar normalmente...
La cuestión es que quise probar a hacer los tan a la moda macarons franceses. La cosa fue más fácil de lo que pensaba, y aunque tienen una forma horrorosa (se supone que tienen que ser pequeñitos y redondos) saben genial (estos sí los probé :D)
Se supone que la gracia de estas pastitas está en la combinación de lo crujiente de la capa de fuera con la cremosidad de lo de dentro (ay, como me recuerda a las oreos...). De hecho, su nombre viene del verbo macaronner, que significa batir hasta que la masa caiga de una cuchara a cámara lenta, o lo que es lo mismo, batir hasta que se te esté a punto de caer el brazo...
A mí lo que me hizo gracia, sin embargo, fue su origen (que puestos a hacerlo, estudiarlo también un poquillo...). Resulta que no son franceses de pura cepa, sino que, allá por el siglo XVI (que es el dieciséis), Catalina de Médicis llegó directamente desde Italia para casarse en Francia con un tal Enrique II, y como no se fiaba un pelo (chica lista) se llevó con ella su propio postre de bodas.
Si alguien quiere la receta, podéis mandarme un mail (la dirección es miamarina88@gmail.com) y se la paso de donde yo la saqué, que es muy fácil y muy clara.
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