domingo, 30 de marzo de 2014

Sol de Roma (otro fragmento del capítulo VII)


CAPÍTULO VII


"Ya no me interesaba lo que los demás pudieran decir. Salí corriendo hacia Palacio. Con un poco de suerte, y con la ayuda de los dioses, podría convencer a Emiliano para que pusiera a Gaya en libertad.

No tardé mucho en llegar, no había nadie por las calles que pudiera molestar. Varios soldados de la guardia estaban apostados en la entrada principal. No dejaban que nadie se acercara siquiera. Intenté dar unos pasos hacia ellos, lentamente, pero también me barraron el paso. Pensé entonces en la puerta trasera del Palacio, aunque aquella era una solución inútil. Esa puerta sólo se podía abrir desde el interior. Pero tenía que encontrar la manera de entrar. Se me ocurrió una idea. Descabellada, sí, pero podía funcionar.

Golpeé al soldado más cercano todo lo fuerte que pude. Él cayó al suelo, más por la sorpresa que por mi fuerza, más bien escasa. Me dolían los nudillos de la mano con la que le había golpeado, pues su armadura era dura como un grueso muro de piedra. Las pocas personas de alrededor se dieron la vuelta para ver qué es lo que había pasado. Se quedaron boquiabiertos ante semejante escena. El guardia, recuperándose de la sorpresa, se levantó del suelo, iracundo, y le ordenó a su compañero que me sujetara y me llevara adentro. El otro guardia, todo obediencia, me cogió del brazo fuertemente, como si fuera a escaparme, y me llevó a empujones al interior del edificio. ¡Lo había logrado! Estaba dentro del Palacio de Augusto."
 

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